En el año 1873, apenas constituido el II Reich alemán, el escritor nacionalista Lorenz Diefenbach publicó en Viena la novela Arbeit macht frei. Esta obra bien puede considerarse una expresión temprana de feminismo y defensa de la libertad personal ya que su protagonista es una funcionaria alemana que lucha por abrirse paso en una sociedad llena de prejuicios. La búsqueda del éxito profesional aparece en esta novela como una necesidad para poder ser libre, ya que aporta independencia económica para que cada individuo configure de la manera que considere más apropiada su propia idea del sentido de la vida. En esta obra queda clara la relevancia del trabajo como medio para la liberación del ser humano, llegando incluso a considerarse al trabajo un fin en sí mismo, como si hubiese una relación directa entre esfuerzo y libertad. Así que poco tiene que ver la concepción del trabajo de este lingüista y escritor alemán con el uso cínico que 40 años después harían los nazis del mismo eslogan.
Aunque no haya más relación que el eslogan entre la obra anteriormente señalada y los campos de concentración nazis, en ambos casos se juega con la idea de trabajo como elemento configurador de la acción humana. El trabajo es un elemento central de la cultura protestante, especialmente en su corriente calvinista, siendo el éxito y el trabajo un símbolo o una señal de que el alma predeterminada alcanzará la salvación eterna. Lejos queda esta visión del protestantismo radical del postulado católico de “los pobres heredarán el reino de los cielos”, lo que establece una lejanía notable entre la ética de ambas religiones. Algo que no le era ajeno a Max Webber, que se preguntará porqué proporcionalmente predominaban las personas de confesión protestante sobre las de confesión católica en las altas jerarquías industriales y del proletariado. Weber rechazará las tesis materialistas y economicistas de Marx, pues si bien cualquier forma de inversión viene de un capital previo acumulado, esto no explica en relación con el surgimiento del capitalismo, porque los países económicamente más desarrollados en Europa eligieron una religión más normativa a la católica como es la protestante o porque los protestantes solian elegir con mayor frecuencia profesiones mejor remuneradas que los católicos o están más presentes en las universidades. A juicio de Webber, la explicación económica marxista de que el capital acumulado lleva al capitalismo no explica porque se ha acumulado más capital en la cultura protestante que en la católica. Y el autor alemán emprende en su obra una búsqueda del “Geist” protestante que pueda explicarlo. En el trasfondo de esta búsqueda apasionante se enfrentan el libre albedrio católico con el pecado original protestante en términos de salvación y las consecuencias económicas de dichas diferencias. En cuanto a la metodología empleada, Webber rechaza la sociología de Durkheim, ya que considera al individuo como una singularidad histórica cuyo comportamiento no puede categorizarse según el método de género y especie. Dicha postura de Webber enlaza con los postulados económicos de la praxeología de Mises que considera al ser humano demasiado consciente de sí mismo como para no alterar su comportamiento cuando se siente estudiado, rechazando que al comportamiento del individuo se le pueda aplicar la metodología de estudio aplicable a las ciencias naturales. Otro autor de la escuela austriaca, Hayek desarrollará esta idea de su mentor Mises y con su obra Camino a la Servidumbre, publicada en plena II Guerra Mundial, se cierra a mi juicio el ciclo teórico argumentativo de forma suficiente para explicar la aparición de los campos de concentración en la era industrial y el perverso uso que se da al concepto de trabajo en los mismos.
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El concepto de trabajo como elemento que crea valor
En la edad media, la iglesia y por tanto el reino de los vivos aceptaba como teoría del valor el coste de producción como precio justo. Sin embargo, durante el Siglo de Oro español, la llamada Escuela de Salamanca empezó a desarrollar teorías diferentes sobre lo que aporta valor a las cosas. Así integrantes de dicha escuela de pensamiento como Luís de Alcalá, Diego de Covarrubias y Luís de Molina desarrollaron una teoría subjetiva del valor que bien podría ser compatible con el espíritu del capitalismo. De acuerdo a dichas aportaciones, el valor de un objeto viene determinado por las valoraciones subjetivas libres entre los individuos que intercambian productos o servicios en un mercado libre, sin monopolio, engaños o intervención del gobierno. No parece que pueda ser compatible que el individuo realice una valoración subjetiva si este carece de libre albedrio. La utilidad es un elemento imprescindible de la valoración subjetiva, por tanto, no tendría sentido diferenciar, como hará Marx posteriormente, entre valor de uso y valor de cambio. Dado que cada individuo valora un mismo bien de distinta manera, la formación de la demanda de un determinado bien será resultado del conjunto de valoraciones subjetivas formadas de acuerdo a representaciones personales de utilidad. Esta postura teórica se refuerza con la ley de la utilidad marginal.
Los postulados de la escuela de Salamanca no se asentaron en la ciencia económica neoclásica. Con Adam Smith, la teoría del valor retrocede hasta planteamientos anteriores a la escuela de Salamanca similares a los que se contemplaban en la Edad Media. Así para Smith, el valor de un objeto era una característica intrínseca al mismo y no una representación subjetiva del consumidor. David Ricardo desarrolló este pensamiento llegando a la conclusión de que el valor de un objeto dependía de la cantidad de trabajo incorporado al mismo. La consecuencia lógica a la que llegó Rodbertus pero que el binomio Marx-Engels dieron a conocer es la llamada Teoria de la explotación o de la plusvalía. Si el elemento que determina el valor de un objeto es la cantidad de trabajo incorporado al mismo, el beneficio de quien no aporta trabajo (esto es, el empresario) tiene que provenir del valor creado con el trabajo. Por tanto, toda ganancia del empresario implica necesariamente una sustracción al valor generado por el trabajador. Este planteamiento es el que subyace en toda política redistributiva a escala social. Tal modelo de corte socialista era el que seguía el III Reich con el añadido racial, de que solo se verían beneficiados de la redistribución quienes lo mereciesen desde un punto sanguineo. Pero como todo socialismo, se parte necesariamente de una dialéctica entre explotados y explotadores que se establece en el centro de la discusión política durante todo el S. XX y aún dura hasta nuestros días.
El significado del Slogan en las distintas etapas del III Reich
La República de Weimar, socialdemócrata y redistributiva realizó grandes proyectos de infraestructuras. El lema elegido para promocionar el empleo a través de la obra pública fue precisamente dicho eslogan. El gobierno del III Reich no solo se apropió de los grandes proyectos en infraestructuras, sino que además mantuvo su lema Arbeit macht frei para promocionarlos. El primer uso de dicho lema en un campo de concentración se atribuye a la decisión del comandante de Dachau Theodor Eicke de instalarlo en las puertas de su campo.
Primera etapa de los campos: 1933-1938
Durante este periodo anterior al inicio de la II GM, el III Reich se convirtió en un régimen totalitario que persiguió a toda oposición política. Siendo un régimen que apeló a 3 colectividades distintas como la raza, la clase social y la nación el numero potencial de opositores a su causa era prácticamente ilimitado. Los campos de concentración albergaron a los presos preventivos. Si bien en una democracia se respeta el principio de presunción de inocencia, el concepto de prisión preventiva del III Reich suponía el castigo penal antes de que el crimen se hubiese cometido. En base a la ideología, sexualidad, raza o cualquier otro criterio que pudiese suponer una amenaza al poder absoluto del Estado alemán, justificándose en la preservación de la Volksgemeinschaft. Esta justificación daba sentido al eslogan de los campos. Aquellos elementos, potencialmente peligrosos para la Volksgemeinschaft serían reeducados a través del trabajo, por lo tanto, la sociedad alemana debe de estar agradecida de la existencia de los campos. Con la coacción implícita de que si no muestras el suficiente agradecimiento tú mismo puedes pasar a sacrificar tus derechos individuales por el bien de la colectividad. Añadidos al eslogan Arbeit macht frei como los que se colocaron en el campo de Sachsenhausen que indicaban que había un camino a la liberación a través del trabajo duro, el sacrificio y el amor a la patria contribuían a clarificar de puertas adentro y hacia afuera la razón de la existencia de los campos de trabajo. En esta época se asocia por tanto la idea de trabajo con la de reeducación. El trabajo aporta valor si, pero a la causa propagandística antes que a la economía.
Segunda etapa: campos de trabajo: 1939-1941
Al estallar la Segunda Guerra Mundial la economía del III Reich pasa a depender de la mano de obra forzada. A diferencia de GB y EEUU, que pusieron a sus mujeres a trabajar, la participación de la mujer alemana en el sostenimiento de la economía en el periodo de la guerra no fue significativo. Y esto se debe en gran parte a la idea que tenía Hitler sobre el rol de la mujer. Para él, la mujer tenía un papel muy específico en la sociedad alemana que era fundamentalmente cuidar del hogar y de la familia. Con los hombres en el frente, los prisioneros de los campos de concentración pasaron a ser la mano de obra que alimentase la industria militar y civil. Los primeros éxitos militares alemanes no hicieron más que alimentar esta dinámica. Hasta el punto de que a partir de este periodo y ya hasta prácticamente el final de la guerra hubo todo tipo de tensiones entre los distintos intereses del Reich de llevar a cabo políticas de limpieza étnica y usar la mano de obra esclava para alimentar la industria. Son relevantes ciertas comunicaciones como la carta que Himmler, jefe de las SS dirigió al comandante de Auswitch en 1941 en el que le exigía un mejor trato a los prisioneros para no quedarse sin mano de obra. Es en este periodo donde se consolida la idea de que el trabajo por sí mismo crea valor. Así, un gran número de mano de obra esclava aportando grandes cantidades de horas de trabajo podrían crear valor suficiente como para sustentar las necesidades de consumo alemanas en el periodo de guerra. Esta idea no puede separarse del utilitarismo asociado a la idea de valor y trabajo. Si un individuo vale en función de lo que produce, y no es capaz de producir no vale nada. Esta idea, que trasciende los campos de concentración es en la que se basa el infame programa de eutanasia y eugenesia conocido como Aktion T4. Durante el periodo de 1939-1941 el Estado alemán ejecutó decenas de miles de ciudadanos alemanes que consideraba improductivos. La idea de dar valor a una persona en función de su capacidad de producir, junto con la idea de dirigismo económico por parte del Estado explican este periodo y el que se abrirá a continuación con la apertura de los campos de exterminio.
Campos de exterminio 1942-1945
Hay dos aspectos a mi juicio que contribuyeron a este salto cualitativo en el sistema de terror nazi, la invasión de la URSS y la Conferencia del Wannsee. Sin embargo, como decía anteriormente, no es descabellado pensar que el mero dirigismo económico y el utilitarismo asociado a la teoría del trabajo-valor hubiesen eventualmente hecho degenerar igualmente los campos de trabajo en campos de exterminio. A fin y al cabo ya se estaban ejecutando ciudadanos alemanes improductivos mediante el programa Aktion T4. De hecho, los métodos empleados en los asesinatos masivos de los campos de exterminio serán los que se habían estado experimentando bajo este programa.
Respecto a la invasión de la URSS habría que distinguir dos etapas. La primera del avance alemán en el verano de 1941 en el que en varias maniobras envolventes la Wehrmacht apresó a millones de prisioneros soviéticos en 3 frentes distintos sobre suelo ruso. Estos pasarán a engrosar las listas de los campos de concentración existentes y obligar a la construcción de muchos otros. Entre ellos los que se convertirán en campos de exterminio. La segunda etapa es el fracaso de la ofensiva para tomar Moscú a finales de 1941 que paralizó los planes de expansión alemanes hasta la ofensiva de primavera de 1942 y con ellos la llegada masiva de prisioneros de guerra, no así la de población civil en los nuevos territorios conquistados que siguieron suministrando mano de obra esclava a los campos de concentración. Aunque la Wehrmacht aún se expandió por la URSSS hasta la derrota de Stalingrado, ocupando grandes extensiones de terreno, desde mi punto de vista la guerra se perdió para los alemanes en la batalla de Moscú.
Toda economía basada en la mano de obra esclava se enfrente a un dilema. Y es que tiene que preocuparse de lo que Marx llamaría reproducción de la fuerza de trabajo. Cuando la llegada de nueva mano de obra es constante y previsible, las necesidades de reproducción de la misma no son tan acuciantes. Sin embargo, cuando escasea, el esclavo ha de ser suficientemente productivo para cubrir sus propios costes y dar beneficio a quien se aprovecha de su trabajo. Los ejemplos históricos muestran que la productividad de una economía de relaciones laborales libres es mucho mayor que una economía basada en la mano de obra esclava, con lo cual es dudoso que una economía esclavista pueda subsistir sin reponer la mano de obra de forma constante que le obligue a soportar costes de reproducción. La cosa cambia cuando se considera mano de obra cualificada, lo que es inherente a las exigencias tecnológicas de la guerra moderna. Esta puede resultar más valiosa y difícil de reponer, algo que llevó a tensiones entre los planes de limpieza étnica de las SS y la industria alemana como queda reflejado por ejemplo en la película La Lista de Schindler. Las SS vendían cada unidad de trabajo poniendo un precio en función de la raza, o la nacionalidad, no de la cualificación del trabajador. Esto implica que con un flujo constante de mano de obra esclava a las SS le da igual que se muera un trabajador cualificado, si al día siguiente tiene uno no cualificado para vender por el mismo precio. Desde el punto de vista de las SS, el aumento de mano de obra en el campo bajaba el valor de la misma. Por lo tanto, si eras menos productivo de lo que costabas tendrías pocas probabilidades de sobrevivir. Esta es la razón por la que había constantes controles médicos para determinar quiénes estaban en condiciones de trabajar y ser vendidos y quiénes no. Al empresario, sin embargo, le interesa conservar su mano de obra cualificada. Razón por la que por ejemplo en campos de concentración como Sachsenhausen los empresarios que se beneficiaban de la mano de obra proporcionada por las SS pagaban con vales a los trabajadores más productivos para que pudiesen adquirir productos de primera necesidad y así asegurarse de que tendrían más posibilidades de volver a su puesto de trabajo.
En esta época lo cierto es que la producción de armamento alemana llegó a triplicarse bajo la eficiente gestión de Albert Speer de la mano de obra esclava repartida entre el sistema de campos del Reich. Sin embargo, aunque Alemania contaba con una importante mano de obra extranjera establecida en Alemania, las derrotas militares de la Wehrmacht dejaron de proveer de una nueva fuente de mano de obra a los campos de concentración. En la etapa final de la guerra se dan circunstancias como que se priorizaba el transporte de deportados en la Deutsche Bahn sobre el de tropas y suministros militares. Cabría decir que la SS se habían adueñado del Estado alemán y eran prioritarios los planes de limpieza étnica y de comercio de mano de obra esclava sobre la intención de ganar la guerra. Quizá porque ya era evidente que esto no iba a suceder.
Por último, aunque no guarde relación con la idea de trabajo en los campos de concentración, no se puede dejar de mencionar la Conferencia del Wannsee como ejemplo de la toma de control de las SS sobre otros estamentos del Estado alemán, y como el elemento quizá más significativo que abrió las puertas del horror de los campos de exterminio nazis, 6 en Polonia y 1 en Bielorrusia.
En memoria de todos los que han sufrido bajo cualquier forma de totalitarismo
Jacobo Martin